LA CARRERA DE DARRO
Se ha tratado estos días en el Ayuntamiento de un proyecto de
ensanche de la Carrera de Darro, y con motivo de esta reforma hemos oído exponer
la peregrina idea de cubrir el día en el trayecto de la típica calle para convertirla
en una especie de prolongación de la de Reyes Católicos. Si la acción del
Municipio va a rendirse por el proyecto de que se habla a poner pavimento de la
calle en condiciones de tránsito, nada más oportuno y necesario porque el
estado actual del piso en una vía que está más que frecuentada por los extranjeros,
constituye para Granada y su administración local una vergüenza; pero si quiere
entender a más ese arreglo, si se pretende que desaparezca el menor detalle de
cuanto hace de la Carrera de Darro lo más artístico y genuinamente granadino
que todavía convivamos, a pesar de la brutal interpretación que en la mayor
parte de los capitales se viene dando a la palabra ornato en estos últimos tiempos,
entonces ese proyecto es una verdadera monstruosidad, un atentado contra el
buen gusto que debe levantar la protesta más enérgica en el corazón de todo
buen granadino. Conserva la Carrera de Darro el aspecto característico que debe
tener en los primeros años de la Reconquista, sus puentecillos sobre el río,
sus conventos y sus iglesias forman los primeros términos de con encantados panorama
en la ladera del de los cerros de la Alhambra, las edificaciones y huertecillos
bajan hasta la misma corriente del Darro escavándose en artística y pintoresca
gradería donde abundan detalles de vieja arquitectura que contribuyen a formar
un conjunto originalísimo. Presta frescura y poesía a la vieja calle la
corriente soñolienta del río que al deslizarse entre las viejas y grandes
piedras del cauce, copia un cielo siempre hermoso. Desde la Plaza de Santa Ana
hasta llegar al atrio de San Pedro, frente a la misteriosa leyenda del Palacio
de Castril, el espíritu observador se va compenetrando insensiblemente con las
edades pasadas de que son testigos mudos aquellos venerables edificios y cuando
sale después al Paseo de los Tristes, bordeado por cármenes poéticos de la
ribera del río sobre los cuales se elevan las antiguas murallas y torres árabes
que destacan sus moles rojizas entre el verdor de los álamos seculares de la
Alhambra, se goza en toda plenitud de una intensa emoción estética para cuyo
tránsito desde el prosaico vivir en la ciudad moderna con sus calles en
monótona formación, el trajín del comercio y el rodar de los coches y carros,
ha preparado admirablemente la larga Carrera de Darro con la calma apacible de
sus iglesias y conventos, el recreo que produce en los sentidos la belleza de
sus panoramas, la placidez de la corriente del río, el ambiente poético y
melancólico que en ella se respira como el halito de siglos que fueron. Si todo
esto ha de perderse por hacer una calle más, una de esas antipáticas calles a
la moderna que son iguales en todas partes y uniformando como chicos de un
hospicio a las ciudades a las ciudades las han hecho perder su fisonomía propia
fácilmente, se comprende la razón de nuestra protesta contra eso que de ser
como no s figuramos constituirá una profanación artística y el peor atentado
posible contra el verdadero ornato que no es, ni puede ser, la destrucción de
lo que en cada ciudad constituye su carácter propio. Si el Ayuntamiento quiere
inspiración en un criterio racional debe limitar su acción al adoquinado de la
calle y a ensancharla en lo posible haciendo remeter algo las fachadas de las
casas de la acera derecha aguas abajo en los puntos más estrechos, pero de
ningún modo debe tocarse los puentes ni los edificios de la margen izquierda,
pues antes, al contrario, éstos deben conservarse tal como se encuentran, sin
permitir a los propietarios otras obras que las estrictamente necesarias de
fortificación, y prohibiendo cuantas tiendan a alterar en lo más mínimo las
líneas y el carácter de las actuales construcciones. Tal como hoy la conservamos,
la Carrera de Darro es la mejor calle de Granada, porque es la más granadina.
Como la de Reyes Católicos y mejores que ésta, se hallan en muchas partes. Hoy
que todos los municipios europeos reaccionan contra la vandálica obra de
destrucción que se ha hecho en nombre del ornato de las ciudades; cuando París
y las grandes capitales dedican fuertes sumas a conservar esas preciosas
reliquias de los siglos anteriores, y a reproducirlas con todo el carácter
posible cuando su destrucción ha sido total, la
reforma proyectada para la Carrera de Darro daría a nuestro Municipio una
patente de incultura que se debe rehuir a toda costa por el buen nombre de
Granada. Mejórese en buena hora cuanto se pueda mejorar sin perjuicio del
carácter histórico y artístico de esa calle que da tan exacta idea de la
Granada que fue; pero huyan de la funesta manía de destruir lo típico y
peculiar que nos queda en nombre de esa falsa idea del ornato a la moderna que
ha causado más daños en la arqueología y el arte de nuestras ciudades que los
cascos del caballo de Atila en las campiñas de Itálica.
Nota Actual: La Casa de Castril o Palacio de Castril se halla enclavada
en la Carrera del Darro, en el antiguo barrio árabe de Ajsaris, sede a partir
del siglo XVI de parte de la nobleza granadina. La Casa de Castril es uno de los
mejores ejemplos de palacios renacentistas de Granada. Perteneció a la familia
de Hernando de Zafra, secretario de los Reyes Católicos que participó
activamente en la reconquista de la ciudad y en sus Capitulaciones. Actualmente
sede del Museo Arqueológico de Granada.
PALACIO O CASA DE CASTRIL
Sobre el edificio recae una vieja leyenda la cual cuenta que una
misteriosa dama de blanco se aparece de vez en cuando, fruto de un desencuentro
entre el padre de una bella muchacha que habitaba el edificio y su supuesto
amante, que desencadenaron la furia del progenitor ahorcando al muchacho y
emparedando en el balcón lateral del edificio a su hija. Sobre este balcón
ciego se puede leer una consigna que dice: "Esperando la del cielo",
lo que podría referirse a "esperando la justicia del cielo", que
probablemente tuviese relación con las palabras que el supuesto amante
pronunció antes de ser ahorcado.
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