LA DIMISION DEL ALCALDE
Se dice que el Sr. Tegeiro ha presentado o se propone
presentar la dimisión de su cargo. Este rumor adquirió ayer consistencia con el
hecho de no haber asistido a la Casa Consistorial ni aun para presidir el
cabildo el Sr. Tegeiro. Sin que nosotros conozcamos el pensamiento del alcalde
ni podamos afirmar o negar con la certeza que ofrece la propia convicción, los
grados de solidez que puede revertir aquella noticia, debemos consignar que no
la conceptuamos destituida de fundamento, porque la situación en que fatales
consecuencias han colocado al Sr. Tegeiro es difícil para un hombre tan
pundonoroso como él y acostumbrado respirar en el ambiente de la opinión, auras
de simpatía y a oír los ecos halagadores del aplauso público.
El Sr. Tegeiro al que siempre ha profesado este periódico (“El
Defensor de Granada”) excepcional estimación, ha sido víctima, en esta su
segunda etapa de su vida pública, de errores transcendentes engendrados a
nuestro juicio, en la confusión de ideas sobre los límites que separan el deber
del hombre de partido, de los que tienen una autoridad que representa los
intereses de un pueblo, siempre superiores a los de la política y a toda
obligación de disciplina o gratitud.
En el orden político si el Sr. Tegeiro, aconsejándose
exclusivamente de sus criterios de independencia, no se hubiese doblado en
varias ocasiones, como lo hizo en el conflicto de los tablajeros a la
imposición del Gobierno de Madrid, dejándose arrollar de la manera más injusta
y depresiva; y en el que motivó la
suspensión de los concejales, hubiese arrojado la vara, con la gallardía que
otra vez lo hizo, para ponerse al lado del pueblo y ocupar un puesto de honor
en el banquete que la oposición pública hubo de ofrecer a sus compañeros, es
posible que hoy no fuera alcalde, pero es seguro que contaría con el apoyo que
desgraciadamente ha perdido de Granada, la cual no puede prestarlo a los que no
se hallen dispuestos a sacrificar la vanagloria del poder, a la satisfacción
profunda de vivir compenetrados con el sentimiento público que siempre se
inspira en los altos ideales de la rectitud y de la justicia. De este modo, cediendo
primeramente una pulgada y luego 100 metros de la inexpugnable posición que
hubo de ocupar en la primera etapa de eso alcaldía, el Sr. Tegeiro se ha ido
separando de una manera insensible pero
constante de sus conciudadanos que sin darse cuenta de ello, seguramente contra
su propia voluntad, que juzgamos sana, y poco a poco ha dejado de ser alcalde de Granada, para ser
alcalde de un partido.
Roto el vínculo de su identificación con el Sr. Agrela, único
que le ataba a la alcaldía; siendo pública la divergencia sufrida entre el
alcalde y su jefe para apreciar un asunto cuya importancia, para el interés de
Granada nadie desconoce, la situación del Sr. Tegeiro es en realidad
insostenible, y lógico, por tanto, que haya presentado o se proponga presentar
su dimisión.
Nota Actual: Para recordar la admiración que anterior a este episodio de
la suspensión de concejales, que gozaba el Sr. Tegeiro, podéis consultar en este
blog el día 14 FEBRERO 1900 el artículo titulado “A LA LABORIOSIDAD”.
LOS CONCEJALES
Circulan estos días rumores de que los concejales que fueron
suspensos a consecuencia de un acto realizado en noble y legítima defensa del
decoro de Granada serán en plazo brevísimo, integrados en los puestos a que
hubo de llevarlos la opinión pública. No sabemos qué base de certeza pueden
tener tales rumores; pero tampoco los consideramos inverosímiles; porque es
cosa natural, y a nuestro juicio perfectamente clara que los dignos magistrados
que han de resolver en definitiva este pleito (por malas engendrado en las
turbias y revueltas ondas de la política) inspirándose, como siempre, en
criterios de rectitud y elevándose sobre las miserias y egoísmos que decidieron
al Gobierno a decretar la suspensión, pueden reconocer que la conducta de los
concejales suspensos obedeció a móviles patrióticos y elevadísimos y se ajustó
al cumplimiento de uno de los más sagrados y elementales deberes de todo buen
ciudadano que consiste en protestar contra la injusticia y volver por los
fueros de la verdad, si ésta ha sido inicua y torpemente ultrajada.
Considerando la cuestión bajo este punto de vista, prescindiendo de intereses políticos
que no deben tener eco ni ejercer influencia alguna en el ánimo de decisiones
de los tribunales ¿a quién podría causar extrañeza que la sala correspondiente
dictase un fallo de sobreseimiento libre, si en consecuencia estima, como
estimamos nosotros y unánimemente la opinión, que esos concejales, no ya
castigo, sino aplauso merecen por su proceder noble, desinteresado y patriótico?
Para los espíritus escépticos, para los que han perdido absolutamente la fe en
los ideales, para los que creen que no queda en el país nada sano, ni organismo
alguno que resista al empuje de la presión oficial, podrá ser cosa inverosímil
que una Sala de la Justicia falle en un asunto, sometido a su resolución en
contra de lo que las conveniencias gubernamentales, mejor o peor interpretadas,
aconsejen. A los que creen que aún subsiste la independencia judicial y estiman
que los procesados se hallan exentos de toda culpa y más bien son dignos de pláceme
que de correcciones, no les puede sorprender un fallo absolutorio, ni la
consiguiente vuelta de los concejales suspensos al seno de la corporación
municipal granadina.
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